Es extraño.
Siempre dicen que las “modas vuelven”, que lo que se usó hace años se va a volver a usar en años venideros. Y eso me hace pensar en círculos, no tan perfectos, pero círculos al fin.
Lo que nadie dice, quizás por miedo o por vergüenza, es que las personas vuelven también, las personas, los recuerdos, los lugares, los olores, los colores, las sensaciones de risa y las ganas de querer volver. Porque en realidad las “modas” no son las que vuelven, nosotros volvemos a ellas.
Cuando yo tenía 9 años mis padres decidieron que no nos íbamos a ir de vacaciones a Montevideo en Febrero como todos los años, sino en Enero, y al parecer nada iba a cambiar, pero cambió todo.
La verdad tengo que ser honesta y decir que nunca fui popular en la Primaria, tenía a esa edad demasiados “conocidos” y ningún amigo de verdad, o por lo menos mi memoria lo bloqueo lo suficiente como para entender, ahora a mis 23, que no tenía amigos en la Escuela. Todos mis compañeros de la escuela estaban locos por "los comics porno" como les decíamos, en realidad eran los comics de "Punisher" y “Cazador” que eran puras puteadas. Mis amigas comentaban al día siguiente en la escuela quien se había "tranzado con lengua" a quien y como había sido el capítulo anterior de "Amigovios". Mis compañeritos de la escuela no entendían nada, después de todo siempre estuve al margen de todo en la primaria, fue en la secundaria donde aparentemente como era yo, era ser "cool", yo no lo sabía.
Esa fue la mejor parte, no haber tenido amigos en la Escuela, porque luego, como voy a contar, la carencia de amigos, hizo a los demás que conocí mucho más gigantes e inolvidables.
Cuando volví de las vacaciones, Febrero estaba lleno de calor, asfalto caliente y una sensación de letargo que me encontraba a mí casi todos los días tirada por algún rincón diferente del departamento.
Una tarde con mi amiga de la infancia, la única que tuve y no compartíamos Escuela, fuimos a pasear a su perra, Gala, un espécimen digno de monumento feminista (la perra representaba fervientemente todo lo que estamos orgullosas las hembras de esta tierra, siendo posesora de una personalidad increíblemente fuerte y protectora).
Hacía un tiempo que veníamos observando unos chicos que se juntaban con sus bicicletas en la misma plaza que frecuentábamos nosotras, eran a nuestros ojos de tan pocos veranos vividos, “rebeldes” y completamente fuera de la ley, y por eso nos encantaban. Eran esas barritas de barrio de las cuales uno soñaba con formar parte y que por alguna razón “adulta” el resto del mundo evitaba.
Nosotras éramos chicas, Florencia tenía 10 y yo 9, los chicos, la barrita tenía nombre y todo: “Spander’s”, eran más grandes, entre los 13 y 15 todos. Por supuesto para nosotras esta diferencia era abismal, y cuanto más abismal, más correcta parecía.
Ese fue el verano del 92’, y al parecer faltaban muchas cosas aquel verano, aparte de marihuana para fumar, como luego quedaría inmortalizado en alguna canción nacional. Fue un verano caluroso, y quizás por eso, o por alguna razón mágica e inexplicable, fue el verano en el que pude finalmente mandar a todos a la mierda: pasé a formar parte de la barrita de mi barrio. Y no es poca cosa; mi barrio, no era un barrio tradicional, donde las esquinas están repletas de árboles y la gente duerme la siesta. Vivir en el barrio central de una capital puede ser tanto vacío como altamente mortal para los sueños de cientos de chicos, si alguna vez pudiera dar un concejo a un padre o a una madre, les diría que no criaran a sus hijos en un barrio así, mata mucha de la neuronas y lastima la imaginación. Lo único que nos salvó a todos la vida fue la Plaza Libertad, el mismísimo epicentro de nuestra barrita, el cuartel general de los Spander’s, la caja donde metería luego, a lo largo de mi vida, miles de recuerdos, de miles de personas diferentes.
De repente, se nos habían acercado a charlar, y al otro día, ya nos sentábamos juntos, es necesario creo, recordarle a quien lee, que en el año 1992 la adolescencia (o pre-adolescencia en mi caso) no sabía de computadoras, ni boliches de trasnoche, tampoco de excesos, ni sexo casual. Sin embargo estaba repleta de música, los años 90’s fueron parte del resurgimiento del Rock and Roll, luego de la superficialidad de los 80’s y su vicio por esconder, en los 90’s los chicos no teníamos vergüenza de mostrar todo, aún así lo que nos faltaba, y mostrábamos orgullosamente por las calles todos nuestros defectos. Los jeans ya no importaban más o menos por su marca, y los rompíamos en pedazos, las remeras era mejor si estaban sucias y usar camisas de franela en pleno sol era todo un reto. No se trataba de mostrar ni esconder, sino de ser lo que se era sin agregados artificiales.
Nos unía el Rock.
Cada recuerdo posee su propio soundtrack y allí descansan muchas bandas de Rock, Guns and Roses, Metallica, Blind Melon, Nirvana, Soundgarden, Aerosmith, Peral Jam… los 90’s nos habían encontrado queriendo vivirlos, y eso hicimos.
Puedo arriesgarme a decir que éramos la epítome del Rock and Roll, no teníamos ley ni nos interesaba el orden de ningún tipo, la vida para nosotros pasaba por los ligeros y diarios encuentros con nosotros mismos, con las tardes de música y charlas en la que el mundo parecía resumirse a esa Plaza, y la noche nos encontraba queriendo no irnos de allí.
Algunas parejas se formaron entre nosotros, que duraban lo que duraba una canción y aún así nunca nadie se enemistó con nadie.
Todo parecía estar sostenido en ese letargo que el verano nos había dado, y aunque los meses habían pasado y aún los años, nosotros seguíamos viviendo bajo el sol de Febrero.
La mayoría de los recuerdos que tengo están hilvanados con alguna canción, y a cada cuál lo recuerdo más por su grupo preferido, Axl tenía el pelo largo y era re flaquito, era fanático de Metallica, y estuvo una tarde, literalmente veinte minutos mostrandome aquel CD negro en el que supuestamente había una serpiente, lo logré ver después de mucho tiempo. Florencia se convirtió en la fanática más grande de Nirvana que conocí en mi vida, a Matías lo recuerdo por sus risas, y Fernando tenía una mamá que creo era estrella porno, o siempre tuve esa fantasía no sé por qué. Juan Pablo y Francisco eran hermanos y vivían a la vuelta de casa, como todo el resto, eran más fanáticos del Rock Nacional, tenían hermanos más grandes que nosotros que a su vez habían sido la barrita del barrio que nos predecía a nosotros, parecía ser que cada generación había sido testigo y partícipe de una barrita en la Plaza Libertad.
A mi me gustaba Blind Melon.
¿Qué decir?
Me llenó de música la vida, tengo tantos recuerdos con canciones de Blind Melon en el ambiente que es terrible, me acuerdo de las horas, de los olores, de todo, y me acuerdo de lo amargo y lo triste también, me acuerdo del banco de la plaza donde nos enteramos que se habían muerto, para mi, Shannon, para Florencia Kurt; pero eso no importa ahora.
Blind Melon fue quizás la primera banda contemporánea, al menos para mí, que de chica ya escuchaba The Beatles o Led Zeppelin, que me impactó y me rompió la cabeza.
Cuando nos preguntabamos qué nos gustaba cuando yo tenía 12 años, yo decía "Blind Melon".
Pasaron años y en 1994 con 12 años y no me importaba ser una marginada del Sistema Educativo Primario, mis días pasaban queriendo apurarme para llegar a casa, dejar la mochila e irme a la Plaza. Era tan importante ver a mis amigos todos los días como ahora es querer recordarlos.
A medida que fuimos creciendo, fue triste la evolución misma del ser humano, de la cuál formábamos parte y de la cuál no queríamos entender nada tampoco. Algunos de los chicos se fueron mudando, pero nunca los reemplazábamos con nadie más.
Hay muchas cosas y recuerdos que me inundan y me llevan a un lugar incómodo, ahora en mi pujante “adultez”, me veo a mi misma sentada desafiante en la ventana del cuarto de Florencia con una pierna colgando hacía la calle, escuchando Rock en su cuarto pintado de ciudad. Frente a su edificio vivía Fernando, que siempre tenía el departamento vacío porque sus mamá nunca estaba (de ahí mi infundada declaración de que era estrella porno) con lo cuál los chicos se juntaban a espiar desde el balcón de su cuarto a las hermanas de Valeria cuando se cambiaban, a nosotros nos causaba mucha gracia, ellas eran más grandes y formaban parte de la otra camada de los 90’s, una algo más acomodada y menos callejera que la nuestra, aunque Valeria por un tiempo también estuvo con nosotros.
Recuerdo también una fiesta en la casa de Fernando, una fiesta que nos llevó semanas planear, nosotras no sabíamos que ponernos, signo de que la adolescencia y las hormonas estaban comenzando a querer salir, ya no éramos tan inocentes.
No recuerdo como todo terminó, sé que todavía aún los únicos que seguimos viviendo en el barrio somos yo, Juan Pablo y Francisco, a los que muy de vez en cuando veo pasar por la calle, y siempre que puedo saludo con alegría.
Quizás mi cerebro bloqueó todo aquello por que fue el fin de muchas cosas, habíamos tenido una magia y una suerte que no todo ser humano tiene en esta vida. Nos habíamos visto a nosotros mismos especiales, y habíamos dejado de ser prejuiciosos para con los demás. El mundo más tarde se encargaría de devolvernos la cachetada que tan fuerte y descaradamente le habíamos dado.
No recuerdo con exactitud cuándo, pero para 1996 la barrita ya estaba disuelta, yo terminaba la descorazonada Primaria y comenzaría lo que sería el lugar donde “los verdaderos amigos se forjan”. Lo único que puedo decir al respecto es que daría todo por una hora con los Spander’s originales.
Por supuesto nos volvimos a cruzar, hasta compartimos un domingo en la casa nueva de Florencia allá por el final de 1996.
Habíamos sido demasiado atrevidos como parar querer durar. Lo que habíamos creado en esa Plaza era demasiado puro y mágico como para perdurar en la realidad, y nos tuvimos que conformar con hacerlo perdurar en las memorias.
Como me han dicho por ahí “quizás esas personas eran para ese momento y nada más” y creo que así fue. Hay gentes que la vida nos regala por determinado tiempo, y esta en nosotros poder hacer que ese momento dure para siempre. No sé si alguna vez voy a poder sentirme tan partícipe de algo como cuando tenía 12 años. Sin duda en cada canción y en cada recuerdo las bicicletas y patinetas, Gala y los primeros CD’s, el primer beso que no se dio, las camisas a cuadritos y las remeras rayadas hacen un cóctel de sonidos y sensaciones que sólo pueden percibirse con los ojos cerrados y una sonrisa en la cara.
Cada cuál siguió su camino, a algunos se nos hizo más fácil o difícil que a otros, pero sin importar donde cada uno este ahora, siempre vamos a tener ese lugar a donde volver, la Plaza siempre va a estar esperando.
Es extraño.
Nunca más tuvo la Plaza Libertad otra barrita. Nunca más se juntó la juventud en sus bancos y árboles a vivir a flor de piel los días. Tal vez la respuesta de nuestra separación también esté allí, tal vez el Sistema, que todo lo come, también extendió sus miles de lenguas, envidioso de nuestra felicidad y devorándolo todo, nos llevó con él. Pero no me quita el sueño.
Los recuerdos son más fuertes cuando tienen sabor a lucha., olor a pasto verde y un fuerte sol de verano.
No comments:
Post a Comment